¡Hola locuelos!

Pues martes de nuevo, martes de vomitera; y una especial porque os traigo un buen recital de palabras que me habéis dejado en comentarios. Muchas gracias a todos los que habéis participado dejando una palabra en comentarios en la anterior entrega, gracias a vosotros esto tiene vida. Y aquí os dejo la lista para esta entrega: «Retamborea2, unicornio, auxilio me desmayo, Copyright, gazuza, Claus, Mino, sísmico, nimbo, lagaña, coliflor, entretener, Retamborean12, iPad y duendes» y sin más dilación, que espere esta locura.

 

Rodé.

Rodé por las escaleras como nunca nadie ha rodado, y de forma que si rodar por las escaleras fuera un deporte olímpico hubiera batido todas las marcas. Sería el Usain Bolt del ‘rodando por las escaleras’. Me partí tres costillas, la clavícula derecha y el fémur izquierdo. Perfecto para caldo de Navidad.

Quedé hecho papillas en la planta baja, donde las bombas del yate de ahí fuera no habían acudido, por ahora. El gato estaba junto a mí, también destrozado (aparentemente). El pobre no respiraba y lucía un aspecto terrorífico, con la lengua sacada y a un lado. Desapareció. Que suerte la suya, pensé, y me desmayé.

–Me llamo Retamborea2 –dijo el unicornio metálico que había frente a mí.

 

¿Estaba soñando? ¿Qué clase de pesadilla era ésta? ¿Dónde estaba? Sólo veía a aquel enorme animal cornudo y de acero. Con tornillos por todos lados y unos ojos de LEDs blancos y rojos. Tenía una mirada misteriosa, pero se le podía coger cariño, supongo.

Auxilio, me desmayo –dijo el gato, que volvía a estar a mi lado.

–¡Cállese, viejo gato! –replicó el unicornio.

Espero que no salte el Copyright… y me cierren el blog, pensé. O no pensé, hubiera habido pensado, ¿sería correcta esa conjugación verbal? Me va a explotar la cabeza. En fin, ¿por dónde iba?

El unicornio me contó que era un preso del corsario que atacó mi casa y que me había secuestrado cuando me desmayé al pie de la escalera. El pobre llevaba 20 meses sin comer (electricidad, supongo) y en un ataque de gazuza se reveló contra su “dueño” y le mordió, con tan mala pata, que fue a morder la pata (valga la redundancia) de palo del pirata y, en una encarnizada pelea, acabó ganando el unicornio metálico. Con sed de venganza me cogió en lomos y abandonamos el yate.

Ni la historia del propio Santa Claus es más surreal. En definitiva, ahora estábamos en un pequeño almacén abandonado, que en su día era una enorme industria donde se fabricaban a estos unicornios.

–Pero, ¿qué quería ese pirata? –pregunté cuando Retamborea2 calló.

–¡Ese malnacido pata-palo quería el doblón de oro! –gritó Mino–. ¡Mi doblón!

Mino estaba raro. Parecía distinto, diferente, otro. Sin duda, en la forma de hablar, no era el mismo de siempre, a pesar de que apenas le conocía, pero pude sentir un movimiento, digamos sísmico, en su interior. Hablaba de forma pausada, respiraba plácida y sonoramente. Miraba con frialdad. Incluso, observándolo fijamente, podía verse un oscuro nimbo alrededor de su cabecita peluda. ¿Ocultaba, quizá, algo? No lo sé.

–Y ahora, ¿qué? –pregunté confundido, sin entender absolutamente nada.

–Ahora, ¡mataremos al pirata! –dijo el unicornio, alzando las patas delanteras y soltando un bramido heroico e, incluso, erótico.

Mino y yo nos miramos a los ojos, unos ojos plagados de bolas de lagaña. Ese gato no se lavaba en mucho, mucho tiempo… y se notaba en su olor, un olor putrefacto, como a coliflor rancia, era un tufo insoportable si te concentrabas en olerlo.

–Este bicho está majara –me susurró Mino–, tendremos que intentar entretener a este bicho y largarnos de aquí…

No contesté. De algún modo, me interesaba la historia de aquel unicornio robótico. Un animal de esas características, metálico, salido de un yate conducido por un pirata no se encuentra todos los días.

–¿Por qué quieres matar al pirata? –pregunté.

Mino se quedó pasmado. Me echó una mirada furtiva. Se notaba la rabia en sus ojos plagados de lagañas.

–¿Estás majareta? –susurró y me dio un golpe en el codo–, tenemos que irnos de aquí, ¿recuerdas?

–¡Tiene secuestrado a mi hermana! –gritó Retamborea2, casi llorando.

–¿Tu hermana? –preguntamos los dos. Al fin Mino se mostraba interesado por el unicornio.

–¡Si! Mi hermana, la pequeña Retamborean12 –tomó aire y se sentó en el suelo–, sólo tiene diez días menos que yo, pero es una pequeñaja… necesito rescatarla de las garras de ese granuja…

Mino y yo estábamos atónitos, sin saber qué decir ni hacer. Yo estaba convencido de que tarde o temprano acabaríamos ayudando a Retamborea2, pero no tenía ni idea de qué podíamos hacer. De pronto, el unicornio sacó un iPad de uno de sus compartimentos automatizados. Nos mostró una imagen de su hermanita.

–Es una monada. ¡A saber qué harán con ella esos malditos duendes!

–¿Duendes? –pregunté yo. Ya no podía aguantarme las palabras…

–Sí, duendes. ¡Ese maldito canalla patapalo tiene un ejército de duendes que debemos matar!

 

Y hasta aquí la decimoquinta entrega de Vomitando Palabras. Espero que os haya gustado y que tengáis ganas de saber qué acontece… pero para ello, debéis dejar alguna palabra en los comentarios para que yo pueda unirlas en la siguiente entrega. Nada más, por ahora, sólo dar las gracias por pasar a leer y espero que me dejéis muchas palabras para continuar con la historia. ¡Hasta la próxima!