Todo iba tan bien en el bar. Habíamos hecho múltiples reformas para modificarlo y también un lavado de cara, dándole un aspecto más informal y con más luminosidad. Cada semana, entraban más clientes, algunos conocidos, otros con caras nuevas, siempre tratándoles de la mejor manera posible. Todo iba súper bien, no había nada que lo pudiera fastidiar, o, al menos, eso es lo que pensaba.

Siempre me acordaré de aquel día. Parecía todo un sueño. Estaba en el bar cuando enciendo la televisión y pongo las noticias, como de costumbre. Escucho al presentador decir que hay una pandemia mundial y que nos obligan a cerrar nuestros negocios, haciéndonos quedar en nuestras casas por nuestra seguridad. ¡No puede ser, ahora que íbamos de maravilla!

Al principio eran 15 días, que, después, se convirtieron en un mes, dos y tres. No me lo podía creer. Estaba muy angustiado por no poder ir al bar y hacer las tareas como de costumbre. Añoraba mucho estar allí, con todos los clientes, amigos y compañeros. Espero que todo esto termine pronto y se encuentre una solución.

Pasaba el tiempo, cada vez más lento, tentándome a no ser persona. Cada vez, mi peor pesadilla se estaba haciendo realidad. La idea que tanto me atormentaba por la noche se veía más cerca y, por mala suerte, lo tenía que hacer: tenía que vender el bar. No podía con tantas perdidas. Los repartidores me reclamaban aquellos beneficios que les tocan. No entraban beneficios, solamente habían perdidas. Mucho a mi pesar, el bar se tenía que vender, quedándome desnudo y sin recuerdos.

Por suerte, mi hijo Jesús puede seguir con la tradición de la cocina. Cada día que me despertaba, pasaba más lento, era como un sabor amargo y dulce a la vez. La idea me atormentaba, pero sabía que le tenía que inculcar la cocina a mi hijo. Así empecé. Empezamos por platos de principiante, poca guarnición y sencillos. Cada vez que pasaba el tiempo, íbamos aumentado el nivel, hasta que terminamos haciendo platos ya más elaborados, con una guarnición más compleja. Cada vez lo veía más apasionado por este mundo.

Finalmente, vendí el bar pero estoy seguro que, mi hijo Jesús, podrá seguir con esta tradición y seguir cocinando junto a nosotros. Le gustan las revistas de cocina, los programas de cocina y, cada vez, es más autónomo y pide menos ayuda. Por lo menos, por ahí se empieza. Cada vez está más fascinado por este mundo y, nosotros, más contentos de ver que hace lo que le gusta y por seguir nuestros pasos. Estoy seguro que dentro de unos años, podrá ser un chef excelente en uno de los bares más conocidos de la ciudad.