¡Hola locuelos!

Pues de nuevo martes y, como tal, tenemos una nueva edición de Vomitando Palabras. Una edición un tanto extraña con la que quería abarcar una temática relacionada con lo que podéis haber estado viendo estos días en Habbotemplarios. Espero que os guste y tengáis ganas de más ediciones. Pero antes de empezar os dejo la lista de palabras: “riñonera, gamberreo, tsunami, sobaco, hipopotomonstrosesquipedaliofobia, Mino, esperanza, morado, allanamiento, Ruta 6, de Maracaibo y esclarecer”. En esta ocasión no he incluido frases, pero prometo que para la próxima habrá unas cuantas frases de los que comentéis. Y ahora sí, que comience esta locura.

 

Tenía la pesada mancuerna en mi mano, una mancuerna que usaba años atrás, cuando era un crío y presumía de bíceps porque los domingos me encerraba en mi habitación para levantar la mancuerna una y otra vez. Sobre las 7 u 8 de la tarde me enfundaba una gorra del revés y me ponía una riñonera. Unos guantes de cuero y cogía la bicicleta para darme una buena vuelta por el pueblo. Eso era auténtico gamberreo tras la entrada del nuevo milenio; antes del tsunami de nuevas modas extrañas y aberraciones culturales.

El mundo estaba en proceso de cambio, y sólo había dos opciones, sumarse al cambio o morir aplastado como un pelo de sobaco.

De todas formas, Salem seguía en mi habitación. Como el ligero recuerdo de una pesadilla al despertar, era imposible deshacerse de él, o ella. ¿Qué era Salem? ¿Es estrictamente necesario parar en esta historia para determinar el sexo Salem? Lo es.

Salem, al igual que muchas mujeres, lleva consigo un peso intangible. El peso de la ignorancia ajena. El peso del miedo a los cambios venideros. Así como en el cambio de milenio la gente se subía a la gran ola con tablas de surf repletas de nuevas esperanzas, había retrógrados que se escondían en la selva de los sobacos, esperando no ser vistos. A fin de cuentas, esperando ser aplastados.

Pero, por desgracia, algunos de ellos no llegaron a aplastarse. Lograron sobrevivir a la generación del cambio instantáneo; pero ¿de qué forma? La gente a su alrededor era distinta. La ideología genérica había transmutado; las personas habían elegido el cambio como la base sostenible de sus vidas. Aquellos cuyos ideales no habían sido reseteados no tenían cabida en esta nueva sociedad. Eran palabras largas, infinitas, frente a gente sensible de hipopotomonstrosesquipedaliofobia, quizá incluso llegaban a ser esa misma palabra.

Salem es un ejemplo claro de los estereotipos de aquellos retrógrados, quizá llevado a un extremo. Cuya sombra del peso de la ignorancia se prolongaba hasta el extremo inalcanzable de la imaginación humana. Era mujer. Pero nadie lo consideraba como tal en su momento, pues, sumergidos en el mar de los estereotipos, todos daban por sentado que era un macho. El peso de los artículos lleva consigo grandes mentiras y engaños camuflados. Con Mino no pasó esto, ¿verdad?

La esperanza de que esto cambie viene teñida por el color morado.

Pero para ello, debería haber un allanamiento en el pensamiento de los retrógrados y desanclar las raíces del género en las palabras. Algo que habría que pensarse antes de hacer. ¿Merece la pena desgarrar un idioma? ¿Seríamos capaces de crear un nuevo cambio en el que las palabras sean meros mensajes y no mancuernas de pesos incalculables? Si aparecería de nuevo un tsunami, ¿quién sería capaz de surfear sin caerse esta vez?

Esto no pretendía ser más que un paseo. Un paseo en autobús como en la Ruta 6 de Maracaibo, pero en el autobús generacional, donde tan solo quería esclarecer la cruda oscuridad que embriaga esta realidad en la que vivimos.

 

Y hasta aquí la entrega semanal de Vomitando Palabras. Espero que haya sido un texto interesante y que os haya gustado. Prometo que para la próxima semana no será tan denso y habrá más acción. De nuevo, muchas gracias por leer y espero que os animéis a comentar con palabras para la próxima semana. Un saludo y ¡hasta la próxima!