¡Hola, buenos días, buenas tardes y/o buenas noches! 

En el día de hoy, volvemos con el siguiente capítulo de esta maravillosa y nueva entrega. Hoy en día damos por hechas muchas cosas, pero a veces no sabemos el verdadero porque de estas. Pero tranquilos, estoy aquí para ayudaros. En esta entrega vamos a dar respuesta a las preguntas más interesantes y vamos a aprender muchas cosas. ¿Estáis preparados? ¡Vamos allá!

¿POR QUÉ…?

 

¿Por qué el azúcar de feria parece algodón?

Lo llamamos »algodón de azúcar» y ciertamente tiene todo el aspecto algodonoso que cabría esperar de un auténtico algodón, pero desde luego no lo es. El célebre algodón rosado tan presente en todas las ferias y tan ligado a la infancia no es más que una madeja de finísimos hilillos de azúcar coloreado. Para obtenerlo se vierte el azúcar y el colorante rosa en un recipiente circular con una gran cantidad de minúsculos agujeros que gira sobre una fuente de calor. El calor derrite el azúcar, que pierde su estructura cristalina hasta hacerse amorfo. Por efecto de la fuerza centrífuga, sale despedido a través de los orificios en forma de filamentos, semejantes a hilos de algodón, que al enfriarse se solidifican y pueden recogerse en el ovillo. La nube algodonosa resultante se vuelve pegajosa con la humedad y se deshace rápidamente en la boda. Un dato curioso es que, pese a lo voluminoso de la nube, su contenido calórico no es alto, pues no es más que una vaporosa cucharada de azúcar disuelta en una gran madeja de aire.

 

¿Por qué comemos alimentos que huelen mal?

Bien pensado, comer queso curado, cremoso y extremadamente oloroso, parece un acto contra natura… ¡Y en buena medida lo es! Los quesos que desprenden un fuerte olor suelen hacerlo porque contienen materias podridas en su composición, y nuestro organismo está prudentemente preprogramado por la sabia madre naturaleza para rechazar este tipo de alimentos. En efecto, el olor del queso es producto de la fermentación de la leche: los microbios descomponen las grasas y las proteínas en moléculas de menor tamaño muy olorosas y de intenso sabor, pero muchas de estas moléculas también están presentes en la putrefacción de animales en descomposición que contienen productos tóxicos para nuestra salud. Nuestro instinto debería obligarnos a apartarnos de estos alimentos: ¿por qué no lo hacemos? Pues porque somos animales culturales y sabemos que -¡en principio!- los alimentos elaborados cumplen con las normas de salubridad y si existe un proceso de putrefacción este será controlado y limitado. Así nuestro cerebro es capaz de superar la instintiva repugnancia y descubrir que determinados sabores »prohibidos» por la naturaleza resultan fabulosos al paladar. Viajando es cómo nos resulta más fácil descubrir que estas sensaciones contradictorias son fruto de la dialéctica entre naturaleza y cultura: en Japón, por ejemplo, adoran el sushi original -que no se ha exportado a Occidente- por su intenso sabir… ¡Y se trata de pescado crudo en avanzado estado de putrefacción!

Y tú… ¿Lo sabías?

Gracias por vuestra comprensión y amabilidad.

¡Hasta la próxima semana!

Micralax-