Gandalf es un verdadero loquillo, y se ha comido una que otra letra de algunas palabras. Necesitamos de tu ayuda para encontrarlas. Sólo debes encontrar una palabra incompleta y mencionarla sin errores ortográficos en los comentarios, pero debes tener cuidado, ya que, si otro usuario anteriormente ya encontró y mencionó la palabra, ésta no será válida.
Todos quienes participen correctamente, encontrando y mencionando una nueva palabra incompleta obtendrá una nueva estampilla del CuenHTo Navideño.
Capítulo 2
«Diferentes Navidades»
Llegamos en un abrir y cerrar de ojos, delante de nosotros había una pequeña casita con ventanas, a través de ellas se veía a un niño flacucho junto a sus padres, los tres estaban sentados alrededor de una mesa y compartían un filete, no tenían lujos, de hecho, todo lo contrario parecía que pasaban bastantes necesidades pero aun así parecían felices y reían entre ellos.
– ¿Eso cenarán? -Pregunté acostumbrado a las cenas copiosas que se hacían en casa en estas fechas.
– Para esa cena que a ti te parece ridícula han tenido que ahorrar durante mucho tiempo Daniel.
– ¿Cómo pueden estar tan felices viviendo en estas condiciones?
– Es la primera navidad en cinco años que pasan juntos, el padre se fue del país para trabajar y poder mandar un poco de dinero a casa, decidió viajar de vuelta con la familia para pasar las navidades juntos, si no hubiera venido a casa el habría tenido mejor cena y ellos también, pero todos prefirieron tener una cena más humilde para poder estar todos juntos, muchas veces Daniel, es más importante la compañía que el lugar o la comida.
Esas palabras me hicieron recordar un momento muy especial de mi vida años atrás con mi amigo Antonio antes de que se mudara de ciudad, mientras nuestras madres preparaban las cenas de Navdad, íbamos con un paquete de pipas al banco de la plaza y mientras la sal comenzaba a molestarnos en los labios, contábamos los mejores chistes malos del año, aun recuerdo uno…
– ¿Tienen libros sobre el cansancio?
– Sí, pero están agotados.
Y en ese momento en el que no me importaba que el banco estuviera frío o que las pipas estuvieran rancias, solo me reía y disfrutaba de la compañía que me ofrecía mi amigo. Años después de su marcha hacia otra ciudad, siempre recordaba aquellos momentos, y entendí a la perfección a la familia que veía por la ventana, pues yo también habría preferido una cena más humilde pero tener ese ratito de chstes.
Con una extrña sensación de nostalgia miré hacia el viejo, que me observaba atentamente con una media sonrisa y entonces entendí que esa noche no se me olvidaría nunca, sonreí y aunque no dije nada me alegré de haber aceptado.
– Bien, muchacho – dijo Claus –, ¿quieres ntregar tú el paquete?
Miré de nuevo la casa, ¿cómo pretendía que fuera a entregar un paquete y romper la armonía de aquel hogar? No respondí. Estaba dividido, una pequeña parte de mí quería entrar por la puerta grande. Derribar el portón de una patada y entregar el regalo más escandaloso que jamás recibiera aquel pobre crío. Claus notó aquella extraña sensación de generosdad que me invadió y rectificó.
– Mejor haré yo esta entrega, tú quédate aquí y observa – dio un pequeño manotazo en el lomo del reno más cercano y ascendimos.
Cuando llegamos al tejado de la casa, el gordinflón saltó al vacío, con una ridícula pero delicada pirueta y aterrizó a la perfección sobre la casita. Los huéspedes no se enteraron de nada, ni siquiera oyeron las pisadas que desde afuera parecían sonoras, como las de un elefante. Era una visión de lo más peculiar. Sencillez y sutileza combinada a la perfeción con la más inmensa bastedad.
Los renos berrearon soltando enormes nubes de sus rojizas narices. Meneaban las patas al aire y el trineo empezó a balancearse de un lado a otro. La carga (enormes sacos rojos repletos de paquetes envueltos con delicadeza), se esparció por los asientos y cayó sobre el tejado de la casa. Claus estaba en el interior, dejando su paquete al pie de un ridículo y arbolillo dcorado con algunas manzanas secas y lo que parecían diversas frutas locales.
– ¡Gandalf! – grité con todas mis fuerzas.
Fue instintivo, un grito a la desesperada al ver todos los regals de millones de niños esparcidos por los alrededores. Algunos destrozados por la caída, otros, aparentemente intactos, pero ¿y si eran tan delicados que con ese golpe ya no funcionarían? Me invadió una desesperación descorazonada, sin sentido. Yo no era así. Tiempo atrás, me hubiera dado igual, incluso me hubiera reído al ver esa lluvia fortuita de regalos. ¿Qué me estaba pasando? Me dieron ganas de saltar y empezar a recoger todos los juguetes uno a uno, cargarlos sobre mi espalda y llevarlos de vuelta al trineo.
Pero, entonces, Claus salió de la casa por una ventana trasera. Se tropezó con el alféizar y cayó de bruces contra el jardín de arena fina y negra. Un golpe sonoro y escandaloso. Toda la operación de sutileza y discreción al traste por un tonto tropiezo. Los ocupantes de la casa oyeron todo, ¡¿cómo no?! Y se levantaron de la mesa para acudir a la habtación de la cual había salido aquel gordito torpón.
Al entrar en la habitación, la familia se quedó petrificada, miraban con cara de asombro y una media sonrisa se iba dibujndo en la cara de cada uno, muy lentamente dejando que aquello que estaban mirando les fuera calando dentro poco a poco.
En ese momento llegó Gandalf, dejándome casi más sorprendido que la familia que estaba observando.
– ¿Pero qué haces aquí? – Le dije hablando casi en un susurro.
– No pretenderás que me quede ahí toda la noche, jo jo jo.
– Pero si a ti no te han pillado… ¿Qué miran con esa cara de asombro?
– Los regalos muchacho, si no hago ese ruido ¿Cómo iban a darse cuenta de que están ahí esperándolos?
Agarrando las riendas de los renos y con una escandalosa pero grave risa, puso en marcha de nuevo el trineo, mientras se reía me miraba de vez en cuando como si no tuviera lógica ninguna lo que decía o pensaba.
– ¿A dónde vamos ahora? – Pregunté con verdadra curiosidad.
– Daniel el regalo que toca ahora es quizás uno de los más complicados de la noche. – Lo dijo poniéndose bastante serio, más de lo que nunca habría llegado a pensar que podría ponerse. – Vamos a visitar a una famlia que ha perdido algo muy importante, ¿Sabes qué es?
– No… ¿Qué es?
Se me habían venido cosas bastante importantes a la mente, como la videoconsola, los juegos, las zaptillas que tanto me gustaban, pero al hablarme tan serio no quise decir nada y esperaba a que él me lo dijera, en ese momento el viejo me miraba serio, como si supiera lo que realmente pensaba.
– La capacidad del perdonar, en la familia que vamos a visitar no verás niños, si no, adultos, a veces los adults tienen mucho que aprender de los niños, ¿Lo sabías?
– ¿Qué tiene que aprender un adulto de un niño?
– Los niños tardan poco en perdonarse después de una discusión y siguen manteniendo la misma relación que tenían. No la cambian.
– ¿Vamos a darles regalos a alguien que está nfadado?
– A dos hermanos concretamente, hoy se reúnen en la casa de los padres junto con sus tíos y primos, los veras reírse y hablando como si nada pasara, pero entre ellos no se hablan.
Algo me decía que esta entrega también me recordaría algo, intuía que Gandalf sabía que desde que mi hermano se mudó no hablaba con él y también sabía que no había elegido al azar el entregar cnmigo este regalo.
– ¿Se puede saber qué es el regalo?
– Un peluche y una manta.
– ¡¿Cómo pretendes resolver una discusión con un peluhe y una manta?! – Al viejo se le había ido la cabeza.
– Cuando eres niño, Daniel, tus mayores tesoros a veces son eso, cosas insignificantes como una manta o un peluche, tesoros que cuando eran pequeños estos hrmanos se dieron el uno al otro, puede que sea una tontería, pero para esos niños estaban entregando lo más grande que tenían, y se lo estaban dando a la persona que más les importaba en aquel momento.
Entoncs entendí lo que quería conseguir, quería recordarles lo que sintieron al darse aquellos regalos.
Comentarios cerrados.