En el capítulo anterior Gandalf hizo de las suyas y gracias a la ayuda de ustedes hemos encontrado algunas de las palabras que estaban incompletas. Esperamos que sigan disfrutando de este hermoso CuenHTo Navideño que otra vez viene con sorpresas.

Capítulo 3

«Conciliación»

Llegamos en un corto periodo de tiempo a Zermatt, la ciudad estaba llena de luces de distintos colores, hasta el lago estaba adornado con luces blancas y doradas que junto al brillo de la luna le daba un toque mágico, como si fuera la escena perfecta para una foto de otra realidad. La casa a la cual nos dirigíamos tenía un trineo con renos en el techo y una escalera colgando de éste, afuera un pino adornado con esferas y guirnaldas, se podía escuchar risas y villancicos. ¿En serio algo iba mal con ellos?

 – Estás pensando que todo es perfecto, ¿No? – Me dijo el viejo.

 – No lo pienso, se siente – Le respondí sin mirarlo.

 – Acércate a la ventana – Le obedecí blanqueando los ojos, en serio quería buscar lo malo en algo que estaba bien – Ok… creo que uno está contando un chiste, uy, se nota la infelicidad.

 – Solo espera –  Dijo palmeándome el hombro.

Pude observar cómo al terminar el chiste todos rieron, todos menos uno, pude asumir que ese era el hermano de aquel que contaba el chiste, su mirada estaba llena de rencor y parecía asesinarlo con la mirada.

 – Hora de entrar Daniel, todo tuyo. ¡Ahh!, por cierto, debes dejar el peluche en la esquina de la escalera y la manta en el baño – Indicó entregándome los objetos.

 – ¿En serio crees que ese es un buen sitio para poner “Regalos”?, deberían ir en el árbol lleno de cosas diabéticas.

 – Ese árbol no es algo diabético como dices, pronto te darás cuenta, ahora ve y haz lo que te dije, verás lo bien que sale todo

 – Ok, ¿Cómo entro?, no hay chimenea

 – Por la ventana de arriba

 – ¿Y cómo…? ¡Aaaah! – Iba a matarlo o quizás él me iba a matar a mi primero, me lanzó al segundo piso como si yo fuera inmortal, en fin, esto no iba a funcionar, seguro que arruinaba todo, no podía ser perfecto. Entre sigilosamente, el corazón me latía rápido, procuraba respirar lenta y silenciosamente, los objetos en mi mano olían a perfumes de niños, me asomé por la puerta de la habitación y verifiqué que no hubiese nadie, seguí caminando hasta dar con la escalera, estaba todo oscuro y solo unas velas iluminaban aquella parte, me agaché y coloqué el oso de peluche en la esquina de la escalera, luego comencé a buscar el baño, en mi búsqueda noté que habían fotos familiares en la muralla, en una de ellas aparecían los hermanos, uno con su manta y el otro con el oso.

 – ¡Mamá voy por tu regalo, casi lo olvido! – Escuché que dijo alguien, por lo que me apresuré en encontrar el baño y dejar la manta, para mi sorpresa escuché que alguien jaló de la cadena del WC – Mierda… hay alguien en el baño – Susurré enfadado, pero como alguien ya venía subiendo hice lo primero que se me ocurrió, y sí, fue bastante torpe, pero me escondí detrás de una planta, ¿En qué estaba pensando?

 – ¡AH!, maldición, uy, lo siento por la mala palabra, ay, qué daño – Entreabrí unas hojas para observar y vi al hermano que contaba el chiste en el suelo.

 – ¿Qué fue ese ruido? – Dijo el otro hermano saliendo del baño.

“Es tu oportunidad, ve al baño”, sentí que me dijeron en mi mente, sin pensarlo corrí silenciosamente y al entrar dejé la manta en un cesto de ropa.

 – Dame la mano – Me sobresalté, era Gandalf, también sin pensarlo se la di y de pronto estábamos en la ventana de abajo observando hacia la escalera.

 – ¿Cómo…?

 – Shh, ahora es cuando va a pasar todo, ponte este auricular, oirás lo que pasa.

 – ¿Puedes hacer eso con un auricular?

 – En navidad todo es posible.

Me lo puse y pude oír como si estuviera al lado de ellos.

 – Me he tropezado, ¿Qué no ves tonto?

 – Quítate, voy a pasar – dijo el hermano que había salido del baño, pero se quedó con el pie en el aire.

 – ¿Vas a pasar o no estorbo?

 – Freddy…

 – ¡¿Qué?!

 – Es Freddy, pensé que lo habías… dijiste que lo quemaste después de nuestra pelea.

 – Lo hice – Dijo el otro tocándolo.

 – Pero… tiene sangre y está fresca, ¡Estas sangrando!, no te muevas, espera.

Uno de ellos se dirigió hacia el baño y se escuchó un grito.

 – ¿Estás bien Travis? – Dijo el que sangraba.

 – Jacob, es tu manta… mira, espera, yo voy hacia ti.

Travis se acercó y envolvió la mano de Jacob, cuando de pronto este último comenzó a llorar.

 – Ya no quiero estar más enojado contigo, éramos niños, lamento haber roto tu figura de acción favorita, solo tenía celos, porque yo también lo quería y a mi solo me regalaron un auto de carreras a control remoto.

 – Y yo lamento haber soltado a tu pajarito…

 – Éramos niños…

 – Éramos niños… pero ahora somos adultos y estos objetos aún guardan el aroma de infancia.

 – Volvamos a ser como antes, no merece la pena desperdiciar momentos por orgullo, ¿No crees?

 – Tienes toda la razón, ten, feliz navidad Jacob, tu osito… – Dijo Travis sonriendo.

 – Feliz Navidad Travis… emm, te lo entrego mañana lavado.

Ambos sonrieron y se dieron un abrazo.

 – Sabía que saldría bien, lo hiciste estupendo Daniel.

– Este… gracias – Estaba en un estado de shock, jamás había comprendido bien el origen de las palabras, ellos eran niños cuando se dejaron de hablar por un juguete y una mascota y hoy eran adultos y seguían enfadados, Jacob tenía razón “No merece la pena desperdiciar momentos por orgullo”.

 – Bien, hora de irnos, lo siguiente en la lista es una niña de 10 años, es un caso especial también, ya que el padre murió en una navidad pasada, por lo visto la niña se niega a pedir regalos y a compartir en esta noche.

 – No tiene nada de malo, quizá no le gustan las fiestas, a mi tampoco me agradan del todo. – Dije sentándome en el trineo.

– Sufrió un trauma en una época de esperanza, pero eso no significa que la magia se haya acabado.

El viejo meneó las riendas de los renos. Nos pusimos en marcha. Alzamos el vuelo, subiendo y subiendo hasta las nubes. Las cruzamos poco tiempo y después volábamos por encima de éstas. Hacía frío. Mucho frío.

 – Toma, tápate con esto –dijo Santa al ver que tiritaba de frío.

Me dio una manta gruesa y peluda de un rojo intenso, una manta que ya había visto antes. Me cubrí con ésta, asomando sólo la nariz y los ojos para ver por dónde íbamos.

 – Vamos a pasar un poco de frío, ahora –dijo el viejo.

No dije nada, no tenía ganas, tampoco. En la retina aún tenía el recuerdo de aquellos hermanos y la duda de porqué se había encabezonado Gandalf en que fuera partícipe de aquella reconciliación. ¿Acaso era una indirecta para que afrontara mis problemas? Ese viejo era astuto, incluso podía leerme la mente a su lado mientras guiaba a los renos hacia quién sabía dónde… pero me era imposible desprenderme de ese momento. Maldita sea, aquel viejo estaba empezando a hacerme ver la Navidad desde otra perspectiva.

 – ¿Quieres decir algo, chico? –dijo entonces.

No me había dado cuenta de que, sumiso en mi mundo de pensamientos, seguía mirando al viejo ensimismado, como si realmente quisiera decir algo, pero no.

 – Vamos, ¿qué te pasa? –insistió.

 – Esto… –arranqué a hablar–, esto es un sueño, ¿verdad?  

El viejo me miró fijamente. Con una mirada fría y acongojante. Meneó las riendas y los renos se pararon en seco. Permanecimos en el aire sin movernos durante un pequeño lapso, sin decir nada, sin pestañear.

 – ¿Te parece esto un sueño? –preguntó Claus minutos más tarde.

 – Yo… –titubeaba al hablar–, no… sé. –Tenía miedo. Más que miedo, pavor, por las represalias de mis palabras.

 – Créeme, chico –me miró aún más fijamente, concentrándose en mis pupilas al borde de los lagrimones– esto no es un sueño –sentenció, arrastrando las palabras y otorgándole el peso que merecían.

Un escalofrío recorrió mi espalda al escuchar al viejo. He de decir que cuando se ponía serio era capaz de asustar a cualquiera, y conmigo se había ensañado.

El trineo se balanceaba de un lado a otro por el viento que soplaba con fuerza. Era tarde y al descender no se veía apenas nada. Estábamos bajando y podía ver un paseo de arena sin iluminación que llevaba a varias casas cuyos techos estaban cubiertos por un manto espeso de nieve, era hermoso, pero triste a la vez.

Aterrizamos y nos quedamos en el paseo, ante la primera de las casas. Era una bonita casa de piedra con el tejado y columnas de madera, con un porche en la entrada principal en el que había una mecedora blanca con una manta parecida a la que me había dado el viejo. Era acogedor, pero podía notarse la tristeza que se había impregnado en la casa. Una tristeza acontecida por la pérdida de un ser querido. Entonces recordé a mi abuela, y en cómo la perdí.

Fue un recuerdo ligero y olvidadizo, como una estrella fugaz que surca el cielo y desaparece, pero deja un precioso halo casi imperceptible. Así fue. Pude ver a mi abuela a los pies de mi cama en una fría noche de invierno en la que mis padres no estaban en casa. Ella vino a cuidarme y a estar conmigo, yo era un crío.

Me abrazó y me acurrucó entre las sábanas. Luego extendió una manta roja sobre mí y me tapó con sumo cuidado. Se inclinó y pude oler su perfume de lavanda que siempre llevaba, un olor que jamás olvidaré. Me abrazó de nuevo y me besó en la frente, se dio la vuelta y, una vez se detuvo bajó el umbral de la puerta dijo: “buenas noches, Danielín”, apagó las luces y cerró la puerta tras de sí y yo me dormí. Me dormí y caí en un plácido sueño, un sueño reconfortante que no recuerdo.

Al despertar mi abuela había fallecido, de noche, mientras dormía.

 – La abuela se encuentra en un sitio mejor –dijo mi madre al despertar. Me abrazó entre lágrimas mientras yo pensaba. ¿Hay un sitio mejor que éste?

Claus me miraba. Me miraba de la misma forma que antes, cuando le pregunté si todo esto era un sueño, pero ahora no infundía miedo, sino humanidad.

 – ¿Quieres decirme algo? –preguntó entonces.