Era un 31 de octubre, y como todos ya sabemos, esta noche era Halloween aunque yo tenía otra preocupación en ese momento. Me había levantado como cada mañana para ir a la universidad, a pesar del cansancio acumulado y las ojeras pero, no me quedaba otra que ir. Hoy tenía examen de ecuaciones algebraicas y me dolía todo na’más de pensarlo.

Tras los 40 minutos de bus y los 30 minutos de metro, me encontraba como habitualmente en las puertas de la facultad. Iba bien de tiempo, sobrado, y como siempre, fui al lavabo a evacuar un poco los nervios y todo lo que surgiera. Pero… hoy fue diferente… Cuando abrí la puerta algo había pasado allí. Las paredes y el suelo estaban manchadas de sangre. Una sangre roja y fresca, parecía que alguien había sufrido un desgarramiento, ¡Sí!, un desgarramiento. Era un escenario realmente impactante, de tan solo pensarlo me sentía como en las nubes, era algo extraño, en vez de provocarme miedo, asco o algo peor, esa sensación de satisfacción continuaba apoderándose de mi.

– ¡Qué estás haciendo! – Me gritaron desde una de las cabinas.

– Ya deja de pasarte esa salsa de frambuesa por tu cara –

– ¡Ay mi dios!, ¿Pero qué te han hecho? –

Fue en ese preciso momento en el que supe que todo era un simple desastre de un grupo de personas que se estaban disfrazando para realizar una actividad de Halloween dentro de la facultad. Y yo, ahí lleno de salsa de frambuesa.

Ahora entiendo por qué me sentía tan extasiado. ¡Amo la frambuesa!, pero independiente de eso, dentro de poco entraba a realizar el examen y gran parte de mi era salsa de frambuesa, ¿Cómo bobba iba a ingresar a dar el examen así?, ni siquiera andaba con alguna prenda de cambio, y con este calor, con suerte andas con una sudadera y pantalón corto.

No tenía tiempo, en 1 minuto comenzaba el examen, y a Frankenstein, el odiado profesor, le gustaba cerrar la puerta con llave, para que ningún atrasado ingresara, así que corrí hacia la sala del examen. Uff, me sentía como un maratonista, observado por todos quienes se encontraban en el lugar, pero no me importaba, en ese momento solo pensaba en llegar pronto para que Frankenstein no me cerrara la puerta.

Las gotas de sudor junto a la salsa de frambuesa no hacían una muy buena mezcla, pero nada me interesaba, fui un total vencedor, y logré sentarme en uno de los puestos. Sorpresa… ¡Había llegado y Frankenstein no estaba!.

Todos estaban en absoluto silencio; podía notarse la tensión en el aula. El examen era de los más difíciles del curso y se notaban los nervios de todos los presentes. El índice de aprobados anual de este examen era escandaloso, sólo uno de cada veinte estudiantes lograba aprobar.  

Seguíamos sin decir ni una sola palabra, esperando. El único sonido que se oía en la estancia era el martilleo incesante de las agujas del reloj de pared. «tic… tac… tic…» cuando de pronto un chillido invadió la sala. Un alarido estremecedor que provenía del pasillo. Sin dudas, aquel grito era de una estudiante. 

Sin pensármelo dos veces me levanté de mi asiento y entre los susurros que empezaron a aflorar de mis compañeros salí al pasillo, arriesgando mi puesto en el examen, pero –sin saber porqué– debía acudir a aquel grito. 

En el pasillo encontré a una chica tirada en el suelo, bañada en salsa de frambuesa, la misma salsa que manchaba toda mi ropa. 

– ¡Estúpida! –grité a pleno pulmón–. Por culpa de tus tonterías he dejado mi asiento, pensando que había ocurrido algo y te veo aquí con toda esa salsa de… 

Me quedé petrificado al darme cuenta. No dije nada en cuanto vi que no era salsa, que aquello era sangre que salía de su pecho… un pecho perforado por un arma blanca de gran envergadura. Sin duda, aquella herida se había hecho con un hacha, o quién sabe si quizá fuera obra de una sierra mecánica. 

La chica perdió el conocimiento, y al agacharme para intentar despertarla me manché los pantalones de sangre. Una sangre espesa y de un ferviente olor que me invadió por completo. Estaba exhausto por aquel líquido de tan vívido color. Tenía la extraña sensación de querer saborearlo, de querer mancharme la cara,  de hincar mis dientes en su delicado cuello blancuzco y agotar todas las existencias en aquel recipiente de blanda y fina piel. 

¿Qué estaba ocurriendo? ¿Por qué de pronto había una alumna tirada en medio de un pasillo con el pecho perforado? ¿Por qué ansiaba su sangre? ¿Y por qué no había nadie en ese mismo pasillo? ¿Acaso eran todos presa de una sombra que les apartaba de la realidad? ¿Era yo el único consciente de la gravedad de la situación? Sumido en un eterno mal de preguntas hundí mi cara en el pecho de la chica buscando una irreal sensación de paz, y mientras ella exhalaba su último aliento yo me bañaba en aquella sucia pero tan deseada sustancia que cubría mi cabello, mis párpados, mi nariz… cuando de pronto un portazo me devolvió a la realidad. 

Alguien había cerrado el aula donde estaba programado el examen… ¡el examen! Y tras la puerta de cristal pude ver a Frankenstein dentro, echando la llave.

– No fue eso lo que ocurrió señor. – Una voz desconocida me sacó de mis propios pensamientos, fue entonces cuando me di cuenta que me encontraba en una habitación pequeña pero bien iluminada, me acompañaban en aquella sala dos personas con unas tarjetas identificativas, en ellas pude leer quienes eran, el hombre era inspector de policía y la mujer que se encontraba a su lado psiquiatra.

No entendía como había llegado hasta allí, ni que hacía con aquellas personas que no conocía de nada, pero lo más sorprendente llegó después, cuando al mirarme las manos aturdido me di cuenta que llevaba unas esposas en mis muñecas. ¿Estaba detenido?

-¿Cómo dice? – Fue lo único que me atreví a decir después de todo aquello a lo que no encontraba explicación.

-Lo que mi compañero quiere decir es que hemos preguntado a las personas que se encontraban allí ese día, ninguna de ellas corrobora la versión que usted cuenta.

-¿Qué personas? No es ninguna versión, es la realidad lo que estoy contando, además, ¿Puede explicarme como he llegado aquí? ¿Qué está pasando? – Estaba confuso y asustado, pero necesitaba respuestas, aunque yo sabía que no había más verdad que la que les había contado.

-Pues verá… -Comenzó a hablar el inspector – sobre las diez de la mañana recibimos un aviso por parte de la universidad sobre un chico que acababa de asesinar a una compañera y se dirigía a la calle silbando una canción.

Afortunadamente, un coche de policía se encontraba cerca llegó a tiempo para traerlo hacia aquí antes de que pudiera hacerle daño a alguien más.

-Al preguntar al profesor con el que tenía el examen – En esta ocasión era la mujer quien hablaba. – nos contó que llegó a clase bastante alterado y con un gesto en la cara distinto al habitual, cuando quedaban pocos minutos para que diera comienzo el examen se escucharon desde el pasillo unas risas de un grupo de compañeros de otra clase, según nos cuentan en ese momento salió corriendo hacia el pasillo con el arma en la mano, todos corrieron a refugiarse en las clases excepto la chica, a la que no le dio tiempo y decidió atravesarle el pecho con el arma. Su profesor cerró la puerta con llave por miedo y seguridad, todos dicen que mientras la chica yacía en el suelo usted la observaba sonriente, hasta que hundió la cara en su pecho para impregnarse de su sangre con aire de satisfacción.

Me quedé paralizado al escuchar aquello, salí porque se escuchó un grito, al llegar ya estaba allí la chica, estábamos solos en el pasillo y después Frankestein cerró la puerta, además ya tenía la cara manchada con salsa de frambuesa al entrar en el aula, aunque… Si era verdad que lo que yo creía que era salsa resultó ser sangre, ¿Llevaría la cara así al salir y no al entrar? ¿Por eso estaba solo en aquel pasillo?

Me sentía muy confundido con todo aquello, de lo único que estaba seguro era que el olor a sangre que desprendía mi ropa me tenía totalmente hechizado, pero ¿Cómo podía estar pensando si aquello era real o no? Parecía todo una broma o quizás… un truco o trato.

Al venirme esas palabras a la cabeza algo hizo «click» en mi interior y un remolino de recuerdos apareció en mi mente. La mujer seguía frente a mí, mirándome con su inquisidora mirada, fría como la hoja de un cuchillo. 

Truco o trato. Truco o trato, repetía mi mente una y otra vez. La luz de la pequeña habitación parpadeaba, dejándonos a oscuras durante pocos segundos. Algo intentaba despertarse en mi interior, en la enorme masa de recuerdos que se movía en mi cabeza alejándome de la sala, lenta, pero despiadadamente. 

30 de Octubre, 23:30 AM. El viento soplaba con dureza y mecía las ramas de los árboles que teníamos sobre las cabezas, silbando entre las hojas de los pinos. Sentía el frío clavado en la nuca descubierta. Un frío inusual que se filtraba por la espalda hasta las lumbares. Era un frío distinto al que estábamos acostumbrados. Algo siniestro merodeaba en el aire dándole al cementerio un halo de misterio que nosotros mismos evidenciábamos, pero nos callamos. 

Diana estaba frente a mí, ¡sí, Diana! Era la chica que el día después encontraría en el pasillo de la universidad con el pecho perforado. Y a mis lados, Juancha y Omar, mis mejores amigos. Todos cogidos de las manos sobre una de las lápidas de piedra. 

– No me gusta, esto… insisto, es una mala idea –dijo Diana intentado zafarse de las manos de mis amigos, que no le soltaban.

– Tranquila, Diana, está todo controlado –dijo Omar, agarrándole con más fuerza para evitar que rompiera el círculo que habíamos creado– no te muevas, ahora viene la parte más complicada para que mañana todo salga bien.

Omar dijo unas palabras impronunciables y nos miró a cada uno de nosotros. No lograba entender porqué estaba ahí, porqué Omar y Juancha estaban intentando hacer lo que parecía un conjuro, pero poco a poco la nube de recuerdos me invadía, transportándome al pasado…

– Tenemos que hacer un conjuro el miércoles, antes del día de los muertos –decía Omar en uno de los descansos de clase. 

Frankenstein había anunciado que el examen que teníamos en unos días iba a ser de los más complicados que había preparado en todos sus años como profesor, y que debíamos ser puntuales. Acto seguido abandonó la clase, dándonos un pequeño descanso hasta la próxima. Omar se dio la vuelta entonces y, con el cuello retorcido en la fila de asientos de delante, empezó a contarnos el plan que teníamos para el día antes del examen. 

– ¡Si hacemos todo bien, reencarnaremos la mente de uno de los estudiantes más brillantes de la universidad! –parecía entusiasmado, y sus palabras calaron hondo en Juancha, que siempre estaba junto a él en todas las locuras que a Omar se le ocurrían. 

– No me gusta –espetó Diana a mi lado– no me parece una buena idea ir a molestar a los muertos justo el día antes de Halloween.

– Tranquila, está todo controlado. Esta noche robaremos el libro de la biblioteca y empezaremos los preparativos para que todo salga bien –contestó Juancha, dejando claro que él también iba a participar.

Yo no podía negarme, había rechazado ya muchas aventuras como ésta y el examen del jueves era demasiado difícil como para negarse a hacer alguna locura como la que Omar nos proponía. Si realmente funcionaba aprobaríamos el examen sin problemas. Pero había un problema, debíamos ser cuatro y Diana se negaba a participar, y no teníamos tanta confianza con ninguno más de clase como para pedir un favor tan extraño, así pues, debíamos convencerla.

Al terminar las clases como cada día nos despedimos y cada uno tomó su camino de vuelta a  casa, pero entonces recordé que tenía que convencer a Diana del plan de aquella noche, sin pensármelo dos veces corrí hasta alcanzarla y ponerme a su lado, era de esperar que al verme aparecer corriendo como un loco se asustara, y así fue.

-¡Qué susto! ¿Te pasa algo? – Dijo Diana cuando llegué a su lado.

-Tranquila me he acordado de algo que tengo que comprar camino de tu casa así que te acompaño.- Nunca se me ocurrían buenas excusas y aquella ocasión no iba a ser una excepción, pero a ella pareció tranquilizarle aquello. – ¿Has pensado lo de esta noche? –

-Sí y definitivamente no iré. – Dijo ella sin pensarlo dos veces,  su cara reflejaba preocupación, entonces entendí que no quería venir por miedo.

– No puedo creer que te de miedo ese cuento de niños.

– No hay que molestar a los muertos, eso lo sabe todo el mundo.

– No los molestaremos, solo iremos esta noche a echarnos unas risas, ya sabemos que nadie aprende brujería por un libro viejo de la biblioteca, además, así vemos a Juancha y a Omar hacer el ridículo un rato.

– Quizás tengas razón, está bien iré, pero solo un rato no me gusta la idea de estar mucho tiempo allí.

Al llegar la noche como dijimos nos encontramos en la entrada del cementerio, nos saludamos con un gesto con la cabeza, a pesar de que ninguno esperaba que pasara nada extraordinario de aquello estábamos nerviosos, no lo podíamos negar.

Comenzamos a andar entre las tumbas alumbrándonos con nuestras linternas, había algunas nuevas y otras demasiado antiguas, Juancha iba delante parecía que sabía donde quería llegar, yo iba el último y aunque me tomen por loco diré que en ningún momento del camino tuve la sensación de serlo.

-Aquí es. – Dijo Juancha de repente, frente a nosotros había cinco tumbas muy antiguas, todos alumbramos las tumbas con nuestras linternas por unos minutos, observándolas en silencio. – Las tumbas pertenecen a cuatro chicos, los cuatro mejores expedientes de la universidad de toda la historia, fueron asesinados todos juntos una noche que salieron a celebrar el fin de exámenes.

-¿Y la quinta tumba? – Pregunto Diana claramente nerviosa.

-La de su asesino, se quitó la vida junto a ellos, cuando la policía registró los cuerpos encontraron una nota en su chaqueta, la nota decía  “Ni mi propia sangre calma mi sed”, su cuerpo estaba lleno de cortes, al parecer a alguien le pareció buena idea enterrar a las víctimas junto a su asesino, a mi me parece bastante macabro.

Después de eso nos pusimos en aquel círculo con las manos agarradas y con el recital de palabras, no puedo explicar que fue lo que pasó aquella noche porque ni yo mismo lo sé, sólo puedo decir que en esta pequeña habitación, junto al inspector y la psiquiatra aun recuerdo aquellas palabras de Juancha, “Ni mi propia sangre calma mi sed”, y al recordarlas no puedo evitar sonreír, pero no con mi sonrisa, si no con la sonrisa de alguien que tiene más sed que nunca.

Continuará…

Relato PARTE II

¡Ahora te toca continuar a ti!

Queremos que nos ayudes a terminar esta terrible historia, deberás comentar abajo, qué opción prefieres. Final macabro o final feliz, junto a una palabra y una pregunta.

Todas los comentarios que se realicen desde el 29 de Octubre hasta el medio día del 30 de Octubre estarán considerados en el final de la historia más terrorífica de todos los tiempos, y quién sabe… con un misterioso regalo macabro.

OPCIÓN 1:

OPCIÓN 2: