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Anteriormente en el Relato de HTerror…
Era 31 de Octubre, estaba en la universidad e ingresé al baño antes de entrar a dar el examen con Frankestein, el profesor que era famoso por su índice de reprobación de alumnos, y cerrar las puertas con llave, para que no ingresaran los atrasados, cuando de repente unos chicos y chicas que se estaban disfrazando, me sacaron de lo que estaba haciendo.
¡Me estaba pasando salsa de frambuesa por todo el cuerpo!
Faltaba un minuto, así que corrí tal cual como estaba hasta la sala, mientras todos me observaban. Cuando llegué, Frankestein no estaba, y los nervios consumían a todos los presentes, más aun, cuando un chillido que provenía del pasillo invadió la sala.
Salí a auxiliar a aquella persona, arriesgando mi puesto en el examen. Era una chica bañada en la misma salsa de frambuesa, que esta vez, por la gran perforación que tenía en el pecho noté que era sangre. ¡Sangre Real!
En ese momento, con la chica sin reaccionar tras mis intentos de salvarla, una extraña sensación de querer pasarme la sangre e hincar mis dientes en su cuello surgía en mi, y un gran golpe me devolvió a la realidad.
¡Frankestein había echado llave a la puerta!, y yo hablando solo, desesperado, porque ya no podía entrar. Hasta que salí de mis pensamientos y me di cuenta que me encontraba en una pequeña habitación, con un inspector de policía y una psiquiatra.
Fueron éstos los que me explicaron que todo había sido provocado por mí, la muerte de la chica y el escándalo de la sangre, entonces recordé lo que sucedió la noche anterior en el cementerio.
Mis amigos y yo nos aventuramos dentro de él para obtener los conocimientos de los mejores alumnos que habían pasado por la universidad, aparte de las tumbas de éstos, también se encontraba allí la tumba de su asesino.
Lo que al principio era más una broma y una idea loca para salvar el examen, terminó por cambiar la vida de Diana, Juancha, Omar y yo.
Después de eso nos pusimos en aquel círculo con las manos agarradas y con el recital de palabras, no puedo explicar que fue lo que pasó aquella noche porque ni yo mismo lo sé, sólo puedo decir que en esta pequeña habitación, junto al inspector y la psiquiatra aun recuerdo aquellas palabras de Juancha, “Ni mi propia sangre calma mi sed”, y al recordarlas no puedo evitar sonreír, pero no con mi sonrisa, si no con la sonrisa de alguien que tiene más sed que nunca.
Relato de HTerror PARTE II
– Miente – dijo el agente, inclinado sobre la mesa de metal y pegando su cara contra la mía. – este desgraciado está mintiendo – dio un severo golpe a la mesa y se dirigió a la puerta – voy a por un café, ¿te traigo algo?
– ¿Para esto hiciste el sacrificio? – dijo una voz en mi interior al mismo tiempo que la agente me apartaba los rizos de la frente, sudados y manchados de sangre.
– ¿Qué más sucedió? –preguntó ella.
A oscuras, noté una mano agarrándome del cuello. Intenté oponer resistencia pero me era imposible resistirme.
– ¡¿Muerte lenta o agonizante?! –preguntó la voz interior, pero esta vez no la escuché yo solo. La agente dio un paso atrás, asustada. La luz volvió a iluminar la estancia, pero era distinta a la anterior, ahora era una luz cegadora e intensa que corroía las corneas.
Siempre había sido el típico chico que odiaba el género de terror, no me gustaba pasar miedo innecesariamente y como es evidente, tampoco me gustaba que la gente lo pasara, pero al ver la cara de pánico de la mujer mirándome a los ojos, puedo asegurar que sentía la mayor satisfacción que había tenido en mi vida.
La fuerza que apretaba mi cuello fue desapareciendo hasta quedar totalmente liberado, no podía parar de sonreír, quería parar aquella actitud pero no podía.
– ¿Sabe en qué pienso ahora mismo? – Esa voz salía otra vez de mí – en aquella arma afilada en el pecho de la chica, sería genial probar ese filo en su cuello.
– ¿Me quiere degollar? – La voz de la mujer era débil y emanaba todo el miedo que estaba sufriendo.
– ¿Y por qué no? – No pude evitar reírme.
– Yo no le he hecho nada señor, estoy aquí para ayudarlo, no soy su enemiga.
– ¿Aun no se ha dado cuenta? El chico es una simple marioneta, ya estaba destinado a la muerte cuando visitó mi tumba y usted al entrar en esta habitación.
– ¿Sobreviviremos a la muerte? – Al decir estas palabras parecía que tenía un plan, pero no sabía si era verdad o simplemente pretendía minimizar daños y salir viva de allí.
– ¿Conoce algún inmortal? – Mientras pronunciaba estas palabras me levanté de la silla y la coloqué junto a la agente. Me acerque a su oído para susurrarle. – ¿Cree que miento?
Le diré algo agente, los muertos no cuentan cuentos. Cuentos cuentan los vivos. ¿O no es así agente? – El silencio era tan profundo, que la caída de una pestaña en el suelo se sentiría sin dudarlo.
– ¡Responda agente! – Grité.
– A, as, así es. – Respondió tartamudeando.
– Dígame agente. Qué prefiere. ¿Sacrificas tus brazos o tus ojos para vivir? – Le pregunté, mirándolo fijamente a los ojos.
– ¿Y, agente?. O si quiere, podemos cambiar la pregunta. ¿Cómo prefiere morir?… ¿Quemado o congelado? – Insistí.
La mujer empezó a llorar ante mi insistencia con el agente. Nunca se había visto en una situación similar con su compañero, quien estaba acostumbrado a interrogar y no ser avasallado. Se respiraba desesperación. Me relamí los labios ante tan estupenda y fascinante situación.
Encerré al agente en la gran caja fuerte que se encontraba dentro del lugar, que golpeaba la puerta con todas sus fuerzas para tratar de escapar. Daba puñetazos y patadas en vano. La verdadera sumisión de poder se exhibía dentro de la sala; todo lo demás eran resquicios de una supervivencia alterada.
Puse mi puño en el pecho de ella y apreté con fuerza. Podía sentir las costillas, al principio oponiendo resistencia, pero después se echaron atrás como los pilares de un edificio en demolición. Su pecho se comprimía y ella imploraba poder respirar. ¿Por qué debía ella morir? No lo sé. La situación se descontroló y escapó de mi propia voluntad, como en el cementerio la noche anterior.
– Reggini, mushiti, tripregio, ilvenescende – dijo Juancha. Seguidamente, nos miró a los cuatro y sonrió. – Repetid conmigo, hijos del infierno.
– ¿Es necesario que nos llames así? – preguntó Diana con la voz rota. Tenía miedo. Y sus manos estaban empapadas en sudor.
– Lo dice bien claro, hija del infierno – miró fijamente a mi amiga – si haces un conjuro el día antes de los muertos, eres un Hijo del Infierno. Y ahora repetid, conmigo las palabras.
Hicimos lo que pedía, pero Diana no. Diana murmullaba palabras sin sentido. Estaba claro que no sentía en absoluto lo que estábamos haciendo. Para ella, era una broma, un juego. Por eso al día siguiente cayó la venganza sobre ella.
Los recuerdos en el cementerio me nublaron, pero cuando volví a ver el cadáver de la agente de policía en el suelo, con el pecho completamente oprimido entendí cuál era la situación. Algo había en mi interior, algo que se apoderó de mí la noche anterior, y clamaba venganza con una sed despiadada que jamás me hubiera imaginado.
Liberé al inspector que se lanzó hacia la mujer para comprobar su pulso mientras yo me reía. Reía a carcajadas frente a la escena. Sabía que aquel hombre tendría la capacidad de resiliencia y en poco tiempo superaría aquella pérdida, pero estaba dispuesto a ir más allá. A acabar con él y con los demás agentes que me apuntaban con sus armas.
El inspector se puso en pie y se abalanzó hacia mí como un depredador ataca a su víctima. Pero lo que no sabía él es que yo soy el cazador. En cuanto puso sus manos en mi cuello le mordí con furia y sed de sangre, con la misma fuerza que un león destripa a un ciervo, con la misma intensidad que su sangre brotaba de su cara.
Los compañeros dispararon sin contemplación. Me alcanzó una bala en el brazo y otra en el costado. En un principio no sentí dolor, pero en breve noté un ardor en mi interior. Ese hombre no se detenía. Intentaba acabar conmigo, dándole igual la implicación de sus actos.
Dispararon de nuevo, en mi pecho. Una bala fría y demoledora me atravesó salpicando al inspector y manchando la sala de sangre. Me estaba desmayando, notaba que era el final, que ya no podía seguir con mi propósito, aún incierto. En ese momento sentí como algo huía de mí. Se escapaba por mi boca como gas en una grita. Pude ver, incluso, una sombra blanquecina que se adhería al cuerpo del inspector y se introducía en su piel y formaba parte de él.
– Ya todo ha terminado – pude oír decir al inspector, que miraba mi cuerpo mancillado por las balas.
Cargó su arma y miró a los que me abatieron, que sonriendo, aclamaban justicia por mis actos. Malditos insensatos, yo estaba muriendo, pero yo no era el culpable de mis crímenes, y bien lo sabía el inspector, que apuntaba a sus compañeros mientras empezó a reír, con la misma intensidad y sorna que yo reía minutos antes.
Lástima que no pude ver nada más. Mis ojos pesaban tanto como mis actos y mi alma no podía cargar con algo así, mi cuerpo estaba destinado a pudrirse, de hecho, ya empezaba a notar el hedor de mi carne muerta.
¡Feliz Halloween para todos!
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